Me llamo Jordi y soy afortunado porque soy adoptado. Hace tiempo que pienso que deberíamos celebrar un «día del orgullo adoptado» porque nosotros sí que vivimos una auténtica «Love Parade».
Vosotros los biológicos, pobres, sois hijos de un solo acto de amor, el de los padres que se abren a la vida pero nosotros somos hijos de DOS actos de amor: El de la madre biológica que, contra su corazón y la presión ambiental no sólo te tiene, sino que te entrega a otra que te pueda amar mejor y el de los padres que te aman mucho más allá de la sangre. No me digáis que esto no es un auténtico desfile de amor…
Mis padres, catalanes, me fueron a buscar a Asturias en 1970, cuando yo tenía 10 meses, un año y medio después adoptaron a mi hermana y cuando iban a por el tercero murió mi padre. En la práctica soy, pues, hijo adoptivo en una familia monoparental.
Una anécdota que mi madre siempre me cuenta explica bastante bien la disposición que tenía cuando adoptó. Mi abuela regentaba una tienda en el barrio donde vivían lo cual, en la España franquista no dejaba de ser cierto bienestar económico. Un día que estaba en brazos de mi madre en la calle, una vecina dijo ¡ a este niño sí que le ha tocado la lotería [Aquest nen sí que ha feta la sort] mi madre, enojada le contestó ¡No, es a mí que me ha tocado la lotería! [Soc jo que he feta la sort]. Para mi madre nunca hemos sido un derecho, siempre hemos sido un don…
Muy poco después nos fuimos a vivir a otro barrio lejano para evitar «estar en boca de todos», en aquella época la aceptación social de la adopción era muy fría, aún. De hecho yo no supe que era adoptado hasta que tenía 13 años, cuando un poco acuciada no por el ambiente nos lo contó antes de que lo supiéramos por un vecino
Es curioso cómo recordamos mi madre y yo el momento en que me lo dijo. Yo fui hacia ella, la abracé y le dije «¡Tú eres mi madre, tú eres mi madre!» . Ella, todavía hoy, cree que se lo dije en una especie de impulso negacionista, como si tuviera que afirmarlo para creérmelo yo, pero no es verdad. Cuando la vi, aterrorizada, se me partió el corazón y fui a recordarle a ella que YA era mi madre, que nada había cambiado entre nosotros. Yo ya había hecho experiencia de su amor.
No quisiera enmendar la plana a nadie, pero lo que sí que puedo afirmar es que, para mí, no saberlo fue un bien. La adopción es siempre un trauma, que se puede superar, del que uno se puede sentir agradecido, pero un trauma. Y el hecho de haber vivido los primeros años con «normalidad» me permitió acelerar el trabajo, que, sin duda, tuve que hacer para abrazarlo. Un ejemplo de esto es que nunca usé mi condición de adoptado para nuestras discusiones de adolescentes. Nunca le dije a mi madre «tú no eres mi madre» porque es que sí que es mi madre.
No sé si es señal de salud o de mente retorcida, pero yo nunca he sentido la necesidad de conocer mis orígenes. Mis hijos son mis raíces… Le estoy muy agradecido a mi madre biológica por la decisión que tomó en su momento, pero entiendo que es una decisión cerrada. No voy a ser un fantasma que aparezca de pronto en su vida «hola, soy un error de tu pasado». Por el contrario, si fuera ella la que quisiera o hubiese querido relacionarse conmigo no tendría ningún problema. La aceptaría, la incluiría incluso en mi vida, pero yo no tomaré la iniciativa.
Siempre que me refiero a «mi madre» me refiero a la adoptiva, que es mi madre por antonomasia, a mi madre biológica siempre le añado este adjetivo. Porque yo llevo al extremo aquel dicho español que dice «el roce hace el cariño», para mí sólo el roce hace el cariño. Y madre y padre son los que ejercen de madre y padre….
No sería honesto si no reconociera que he tenido que hacer un trabajo en la asunción de mi condición. La primera semana fue un gran impacto, sin que me temblara el juicio sí que recuerdo que tenía la necesidad de «ir a otro sitio» hasta que me di cuenta que quería huir de mí mismo. Con el tiempo lo fui contando, primero a mi amigo más íntimo, luego era como una especie de llave de paso de amistad, lo contaba a quienes quería que fuesen amigos y finalmente lo he contado en público, en la radio y en la Televisión. Hoy en día no pierdo la oportunidad de contarlo, porque, efectivamente me siento orgulloso, pero he debido hacer un camino. Padres adoptivos, tened paciencia….
Conozco algunos amigos adoptados felices de serlo que, sin embargo, no se plantean adoptar, yo sí. Lo que ocurre es que Dios nos ha dado una fertilidad – tenemos 6 hijos – que lo ha hecho imposible hasta ahora. En este momento, en que el pequeño ya tiene 8 años, hemos empezado el proceso legal para ser familia acogedora, Gloria (mi mujer) quiere por su inmenso corazón, yo, además de querer, lo considero personalmente como una especie de «devolver el favor»…¦
Mi vida como argumento antiabortista. Yo, cuando debato sobre el aborto, no defiendo ni a un tercero ni un derecho, defiendo MI vida.
Finalmente, de todas las gracias que se han derivado de mi adopción, de la que más feliz me siento, sin ningún género de dudas es haber podido acompañar – y acompañar todavía hoy- a alumnos míos que llevaban mal su adopción y que les ha hecho bien encontrarse con alguien feliz de serlo. Por eso y por toda mi vida si estuviese delante de un botón que me permitiera volver a vivir mi vida como biológico o como adoptado yo puedo asegurar con TODA certeza que elegiría volver a ser adoptado.