Anna Marazza es psicóloga clínica en Milán, especialista en infancia y en acogimientos familiares. Es una de las fundadoras de la Asociación Familias para la Acogida en Italia.
Está casada, tiene 4 hijos naturales y ha acogido en su casa a diversos chicos con problemas. Ha venido a Barcelona para hablar de su vida y de su obra dentro de la Campaña “Fets” de la Fundación Educativa La Trama.
¿Cómo empezó su aventura en la experiencia de la acogida?
Poco después de casarme surgió entre varios amigos el deseo de acoger a gente que lo necesitase. Sencillamente empezamos a acompañarnos en ese deseo y a nuestro alrededor surgió lo que es hoy Familias para la Acogida y empezamos a acoger en nuestra casa.
¿Pero Vd. empezaba a tener sus propios hijos?
Así es. Mis hijos llegaban con un pan debajo del brazo. Con el nacimiento de cada uno de ellos acogíamos a alguien que lo necesitaba. Cuando nació mi primera hija llegó a nuestros oídos la necesidad de acogimiento de una chica esquizofrénica de veinte años. Yo, una joven psicóloga entonces, no podía dejar pasar aquella oportunidad de charlar a menudo con una psicótica.
¿Cómo fue la experiencia?
Aprendimos mucho. Éramos incapaces de cambiarla en muchas cosas. No conseguíamos ni que recogiese la ropa del suelo cuando se duchaba. Frustración tras frustración nos dimos cuenta de que no acogíamos a aquella chica para salvarle la vida, sino para ver si aquello nos cambiaba y era positivo para nosotros.
¿Y todos esos chicos y chicas llegaban para quedarse?
No. Se iban cuando querían o cuando debían. Aunque, a veces, se quedaban y nuestra casa crecía. Por eso, cuando me preguntaban por la calle cuántos hijos tenía, dudaba siempre. Por ejemplo, con nuestro tercer hijo, nos llegó la petición de acogida para un chaval de 11 años del cual sus padres habían abusado. Empezamos acogiéndolo alguna tarde a la semana y ya hace 23 años que vive con nosotros.
Entonces, ¿la acogida es un favor que el que acoge se hace a sí mismo?
Nosotros hemos aprendido mucho de los niños que hemos acogido. Ellos han sido nuestros maestros de humanidad. Gracias a ellos hemos entendido que todos llevamos ese dolor, ese deseo de cumplimiento que es una necesidad de compañía. El hombre necesita tener cerca a sus amigos para crecer, para hacerse grande.
¿Cómo ha llegado en concreto a esas conclusiones?
El chaval de 11 años del que hemos hablado, poco después de acogerlo, empezó a preocuparse por determinados chicos con problemas que requerían de acogimiento. Un día me arrastró a casa y me explicó que había un chico al que habían echado ya de dos colegios porque lanzaba sillas a sus compañeros de clase e insultaba a las monjas. Él quería que le acogiésemos en casa. Entonces nos dimos cuenta de que nuestra preocupación por si estábamos acogiendo bien a este pobre chico maltratado que ya es como mi propio hijo era errónea. Nos había adelantado por la derecha. Él era más acogedor que nosotros…
Vayamos a su profesión como psicóloga ¿De qué escuela de terapia es Vd: psicoanalítica, cognitivo-conductual, humanista, sistémica, ecléctica,…?
A mis alumnos y colegas más jóvenes siempre les he dicho una cosa: que partan de la escuela de pensamiento que quieran, pero que vayan siempre hasta el fondo. Eso es lo que procuro hacer yo: aprender de la experiencia más que de alguna teoría que intenta reducir al hombre a cuatro dinámicas que muy probablemente son ciertas, pero que son insuficientes para explicar completamente ese todo que es el hombre y que nunca llegaremos a conocer completamente.
Cuando llegan sus pacientes, ¿no los acuesta en el diván y les hace preguntas?
A todos los que llegan a mi consulta les pregunto un par de cosas: qué desean y a quién pertenecen. Un hombre que no se sabe de nadie y que no desea es un hombre que se está muriendo, aunque no lo sepa. La soledad es una enfermedad, porque dificulta el reconocimiento de la propia pertenencia y aletarga los propios deseos.
Parece que su discurso es poco de auto-ayuda. Es más bien de dependencia de los demás…
Toda la vida se juega en las relaciones y en ese deseo nuestro de compañía, de amistad y de pertenencia, que es el mismo que tienen los niños, aunque ellos parece que lo tienen más presente que nosotros. Por eso estar cerca de ellos es un don. Trabajando con ellos una se da cuenta de que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de ser ese lugar para los demás. Es así desde que somos pequeños…
¿La mejor auto-ayuda es ayudar a los demás? Eso me suena…
Sí, pero no lo reduzcamos a una norma: amar al prójimo como a uno mismo. Aprendámoslo de la experiencia. Entonces veremos la potencia de esa verdad.
Ponga un ejemplo, por favor…
Una amiga me vino a ver hace tiempo. Había adoptado a una chica que ahora tiene 25 años y que tiene una actitud muy transgresora. Y mi amiga decía: “no ha servido para nada todo lo que he hecho por ella; se ha ido a vivir con un delincuente y yo no puedo aceptar esa vida que lleva”. Tras mucho tiempo de no hablar con su hija, ésta le llama y le pide que la vaya a ver. La madre se niega, porque, dice, no puede compartir su opción de vida. Sin embargo, la madre en seguida se da cuenta de que está poniendo sus ideas por delante de su hija. Me acabó diciendo: “lo que tiene que cambiar es mi corazón y me ha pasado toda la vida intentando cambiar a mi hija”.
Entonces, ¿qué es lo fundamental en la relación con los que más queremos?
Tener bien claro que lo que nos hace felices no es cambiar al otro sino cambiar nosotros, dejar que lo que va sucediendo ante nuestros ojos nos cambie. Ese es el único modo de que los que están alrededor deseen cambiar. Sin embargo, somos muy cabezotas. Después de 32 años de matrimonio todavía intento cambiar a mi marido y cuando me doy cuenta me digo: “no, para, esto no es para mí y lo que quiero es que las cosas sean para mí”.
Para acabar, díganos cuál cree que es el peligro en cuanto a la propia educación y la de nuestros hijos.
El peligro más claro es el miedo a equivocarse. No seáis como esa pareja que me pidió hora para hablar de su hijo cuando todavía estaba en el vientre de su madre. Evitad la ansiedad que genera el pavor al error. El límite humano forma parte de la vida.
¿Y qué es necesario para educar?
Para educar no hacen falta hombres perfectos. Basta con que sean valientes y no se queden nada para ellos. Se habla mucho de emergencia educativa y la verdadera emergencia es que faltan adultos con el valor para decir “yo”. El otro día un chico de 17 años me dijo: “yo tengo el deseo de convertirme en un hombre adulto, pero si miro a mi alrededor no veo a ninguno”. He ahí un grave problema.
Luis S.
Entrevista publicada en: http://quetienedemalolalibertad.wordpress.com/