Cuando acoges a un niño tu vida cambia

Llega un momento en la vida en que las circunstancias cambian o se estabilizan: ya has criado a tus hijos, el trabajo te lo tomas con más tranquilidad, tienes más tiempo libre, menos preocupaciones, y te planteas que puedes ayudar a los demás, como las antiguas damas de la aristocracia que dedicaban un día a la semana para obras de caridad. ¡Qué vanidosos e ignorantes somos, aún con buena intención!

 

La primera idea fue ocuparnos los fines de semana de alguno de los muchos niños que están en los centros de acogida. Fuimos a informarnos y sin abrir prácticamente la boca nos incluyeron en el programa de urgencia, que era donde hacían falta más familias. O sea, que entramos casi de rebote y sin pensarlo mucho. Y la verdad es que no hay mucho que pensar (si hay alguien que se está ahogando o te tiras al agua o pasas de largo, pero pensar sirve de poco).Cuando acoges a un niño tu vida cambia: horarios, costumbres, compras, pediatra, etc. Pero esto no es un incordio, al menos en nuestro caso, sino por el contrario un estímulo.

Tienes que reciclarte para saber las canciones que les gustan, estar a la última sobre los nombres de los protagonistas de los dibujos animados, porque ya no son los payasos y Heidi, no, ahora son los Cantajuegos y Caillou.

 

Tienes que llevarlos al cole por la mañana, si están en edad escolar…

 

Tienes que preocuparte de los deberes…

 

Tienes que salir al parque por la tarde para que se monten en los columpios…

 

Tienes que pasar la varicela…

 

Tienes que pelear contra los piojos…

 

¿Cambia o no cambia tu vida?

 

Pero bendito cambio, porque a estos niños les tienes que dar techo, ropa, comida, cuidados y sobre todo AMOR, pero no de forma retórica, sino con besos, abrazos y palabras.Y el amor tiene una peculiaridad y es que es altamente contagioso. Los propios niños te devuelven mil por uno, pero no queda ahí la cosa, los familiares, los vecinos, los amigos, los maestros, se vuelcan con ellos y contigo. Se respira una atmósfera de bondad, notas cambios en la gente, la vecina que te saludaba entre dientes te ofrece ropa de su niña pequeña o lo que haga falta, gente que conocías sólo de vista se acerca y se interesa y te ofrece su ayuda y su ánimo. No tienen una familia de acogida, tienen un barrio de acogida, muchos tíos y muchas abuelas, sobre todo abuelas, de acogida, y eso es maravilloso, de película lacrimógena.

 

Otro cambio importante es que lo relativizas todo. A veces volvías a casa con alguna cosa dando vueltas dentro tu cabeza, (los números del banco, que si se han equivocado en esta factura, que si el seguro este es mas barato que el otro). Ahora llegas y te preocupas de ellos, si está resfriado, si ha vuelto del cole con el ojo morado, si ya se tira solo del tobogán, si le están saliendo los dientes o se le ha caído alguno, según la edad. Y eso te borra otros problemas y preocupaciones, o lo jerarquiza, y ya no importa tanto si el interior del coche está lleno de migas, o si el equipo de fútbol de tu ciudad se mantiene en primera división o desciende de categoría.

 

Terminaré con la parte a la que suele poner más pegas la gente: la despedida.

 

Prácticamente todo el mundo te dice: “¿Y no te da pena cuando se va? Yo no podría”

 

Pues no, no da pena. Hay unos sentimientos, unas emociones, un pellizco en el estómago, un nudo en la garganta y alguna lagrimita, pero sabías que lo tuyo era temporal, y que un vez encontrada la solución (vuelta a la familia biológica, a familia extensa o adopción) eso es lo mejor para los niños. Y dices adiós a uno y te vuelcas con el siguiente que necesite tus cuidados y tu amor.

Así que si alguno lo está pensando os animo a tiraros al agua que además está buena y «engancha».

 

Un abrazo.

Andrés Bahón Martínez