Manuel (nombre ficticio) tiene 13 años y hasta el pasado mes de enero era uno de los adolescentes que esperaban en un centro de Cruz Roja Ávila la llegada de unos padres de acogida. Ahora son su padre o su madre los que lo van a recoger al colegio en lugar de la furgoneta del centro, que lo hizo durante los dos años que transcurrieron desde que el Servicio de Protección a la Infancia decretó que la situación de su familia biológica no constituía un escenario adecuado para su crecimiento. (extracto de la noticia publicada en www.leonoticias.com)
Su madre de acogida es Dolores Sánchez. Habla de Manuel como un chaval inteligente y con gran habilidad para los deportes, al que le cuesta todavía confiar y abrirse a sus acogedores. “Te pone a prueba constantemente”, comenta Dolores; le cuesta comprender que una familia que hasta ahora no guardaba ninguna relación con él le haya abierto las puertas de su casa y por eso, en vano, busca en sus padres de acogida un interés oculto.
“No es fácil abrirse a los demás cuando en 12 años de vida todo el mundo te ha fallado”, señala Margarita García Peral, responsable del programa de acogimiento familiar de Cruz Roja en Ávila. Las circunstancias que llevan a un chaval a ser separado de sus padres biológicos van desde la toxicomanía, la falta de recursos económicos a la discapacidad intelectual de los progenitores, en definitiva, situaciones que implican un alto nivel de desestructuración familiar.
Si a su situación de origen se añade el tiempo que pasan sin tener figuras paternas y maternas de referencia y los a veces intentos frustrados de encontrar unos padres, es fácil deducir las carencias emocionales que presentan estos chicos. Además, cuanta mayor sea su edad, más urge encontrarles una familia en la que puedan crecer. “Cuanto antes salgan de los centros, mejor, porque es la única manera de que se sientan seguros”, declara Dolores.
De los siete niños que esperan actualmente unos padres de acogida, seis son mayores de diez años. “Los mayores son los chavales que más necesitan un hogar”, insiste Margarita “porque es a los que le va a esperar un futuro más incierto”. Lo habitual es que las familias opten por acoger a los niños pequeños, que precisamente son aquellos con más posibilidades de ser adoptados si la situación de su familia biológica no se soluciona.
Por este motivo, vieron en la disponibilidad de Dolores y su marido una oportunidad para el futuro de Manuel que no quisieron desaprovechar. Los encuentros con el adolescente comenzaron en septiembre de 2010 con salidas durante los fines de semana o periodos vacacionales que les permitieran un conocimiento mutuo para comprobar si el acogimiento era viable. Después de muchos meses de acoplamiento, el periodo es más largo cuanto mayor es el chico, el pasado mes de enero se formalizó el acogimiento.
Dolores reconoce que el camino ni ha sido ni está siendo fácil, pero sabe la clave para lograr que funcione. “Manuel necesita sentirse en una situación cómoda y saber que tiene una familia detrás, que no está solo”, explica, a lo que Margarita añade que esa necesidad pasa por “normas y cariño”, ya que aunque la disciplina es importante, hace falta algo más para que estos chicos alcancen el equilibrio emocional que perdieron en el pasado debido a las situaciones que tuvieron que vivir.
Las cosas han mejorado en casa desde que Dolores mantuvo una conversación con su hijo, como desea referirse a Manuel. “Tenía la sensación de que él pensaba que yo quería sustituir a su madre”, comenta, y por eso le explicó que su intención no era otra que la de ser su acompañante para que él creciera. Poco a poco, Manuel va a aprendiendo a respetar y obedecer a sus padres, y a seguir unos horarios y unas pautas que hasta ahora nadie le había inculcado.
Para enfrentarse y superar todas las dificultades que plantea la convivencia diaria, Dolores sabe que no está sola. El respaldo, la orientación y el acompañamiento constante de Cruz Roja la ayudan a sentirse segura porque sabe que siempre responderá alguien al otro lado del teléfono. “Esto no es fácil porque se trata de personas y en este caso, en una edad tan compleja como la adolescencia. Por eso es importante que la gente sepa el apoyo que se nos presta desde aquí”, subraya.
El programa de acogimiento familiar comenzó en Ávila en el año 1995. Desde entonces, su responsable comenta que ha seguido una evolución sostenida con una media de 15 familias de acogida. Actualmente, cuenta una veintena de acogimientos aunque también habría que tener en cuenta otros tantos de menores de Ávila que viven con familias de otras provincias.
“Cuesta mucho que salgan familias, no sé si es por mentalidad, por carácter, pero son un bien muy preciado”, lamenta Marga. Curiosamente, la mayoría de los acogedores son personas que proceden de fuera de Ávila, pero que residen en la capital. Dolores habla de una ‘sociedad dormida’: “El castellano es comprometido pero le cuesta dar un paso más” cuando se trata de ciertos niveles de implicación.
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