Publicamos un extracto de la introducción de Don Julián Carrón a la nueva edición del libro “El milagro de la Hospitalidad» de Luigi Giussani, diálogos con la Asociación “Famiglie per l’accoglienza”.
…Una de las cosas más bellas que he visto realizar entre mis amigos es este nexo, esta trama de familias disponibles a acoger a cualquiera. Es, de hecho, el comunicarse de una plenitud sobre la que se apoya la vida…
¿Por qué la hospitalidad es un milagro? Podría darse por descontado. Abrir la puerta de nuestra casa para hacer entrar a otro debería ser algo normal.¿Por qué, entonces, don Giussani la compara con un hecho milagroso? Porque debería ser la experiencia normal de una familia y, sin embargo, es tan excepcional que cuando sucede nos asombra a todos. Vivimos en un contexto humano, cultural y social -fruto de una larga historia- que sobre todo ha erosionado un factor elemental de la experiencia: la apertura original del corazón y la percepción de la realidad como positiva, cargada de promesa para nuestra vida. Con el tiempo se ha introducido una distancia por la que las cosas y las personas han llegado a ser extrañas. Es terrible esta afirmación de Sartre: «Mis manos, ¿qué son mis manos? La distancia inconmensurable que me separa del mundo de los objetos y me aleja de ellos para siempre».
Precisamente en este contexto, que una familia que abra su casa a un niño o a una persona adulta con dificultades, como hacen las familias de nuestra asociación, dilatando el horizonte del propio afecto a un “extraño”, lleva en sí algo de divino que vence esa distancia. Esto nos ayuda a reconocer que un hecho como Familias para la Acogida no es fruto de una imaginación humana, porque esa distancia no se puede colmar por el hombre con sus limitadas fuerzas, por muy generosamente implicado que esté. No existe objetivamente ningún acto más grande que la hospitalidad: desde una hospitalidad tan radical como la adopción, hasta la hospitalidad de aquel que da de comer u ofrece un techo a una persona que pasa por su ciudad. Una de las cosas más bellas que he visto realizar entre mis amigos es este nexo, esta trama de familias disponibles a acoger a cualquiera. Es, de hecho, el comunicarse de una plenitud sobre la que se apoya la vida, el haber acogido la preferencia del Misterio en su vida, no haber opuesto nada, ni siquiera sus límites y su fragilidad.
¿Hay algo más interesante para un hombre y una mujer que esta colaboración con la obra del Padre en el mundo, para vencer el vacío con la fuerza de una presencia”. Después, la forma de esta colaboración es libre de cualquier esquema preconstituido, como recordaba siempre Don Giussani: Ser padre y madre ¿es lanzar al mundo una criatura del vientre materno? ¡No! Y si tú acoges una criatura hecha por otra mujer durante dos meses, cuatro meses, cinco meses y lo educas, ¡la madre eres tú, en el sentido fisiológico y ontológico del término! Y si tú haces esto incluso sin tenerlo allí, presente, porque tu marido no quiere o porque tienes miedo y no te ves capaz aunque se lo pides a Dios, en cuanto conoces un pobre niño que vive mal, maltratado por una familia y ofreces toda tu jornada por la mañana diciendo “ Señor, te ofrezco mi jornada para que tú ayudes a ese niño”, esta es una maternidad todavía más grande, más “genética” que cualquier otra maternidad. De hecho, nuestras madres -que han sido madres cristianas- nos miraban como hijos así.
Deseémonos unos a otros que una migaja de esta mirada llegue a ser nuestra, para ser protagonistas de la lucha cotidiana por afirmar la inexorable positividad de la realidad frente a la nada que inunda nuestras jornadas, inicio de una humanidad nueva.