En Andalucía hay casi 1000 familias convertidas en acogedoras de menores pero alrededor de otros mil niños siguen viviendo en centros esperando su integración en una unidad familiar. Publicamos los testimonios de dos familias acogedoras. (Extracto de la noticia publicada en www.diariodejerez.es, 19 diciembre 2012)
Carmen y su marido son una de las parejas que se plantearon el acogimiento en el año 2007. Con un hijo de siete años entonces «hablamos de tener más hijos, adoptarlos o bien el acogimiento y nos decidimos por esto último». Lo hicieron a través de la Fundación Márgenes y Vínculos. Pasaron la prueba de idoneidad y muy poco tiempo después llegaba a su hogar el primer niño, un bebé de 12 meses, que habían retirado a su madre y que no había sido reconocido por su padre. «La niña era un caramelo, una preciosidad, pero no estaba estimulada, no se movía nada y ni siquiera podía dormir en la cuna. Tuvimos que trabajar mucho con ella, sobre todo, el tema de psicomotricidad y también para que pudiera dormir sola, porque lloraba todas las noches en cuanto la metías en la cuna, hasta que se fue acostumbrando».
El padre acabó reconociéndola y dándole sus apellidos y después de un periodo de acoplamiento, durante el que Carmen y su marido llevaban todas las semanas a la niña para que su familia biológica la viese, la menor volvió, tras siete meses, con su progenitor. Con esta pequeña no han vuelto a tener relación, aunque dependiendo de la familia, no es infrecuente que los acogedores sigan teniendo después contacto con el niño. «Te acaban invitado a los cumpleaños, las Navidades, es una experiencia gratificante«.
Carmen es una firme defensora del acogimiento y anima a otras familias a comprometerse en esa experiencia. «La valoración de la idoneidad no es tan complicada. Te hacen entrevistas y una visita al domicilio y es obligatorio asistir a una sesión informativa y a tres reuniones formativas. Sí es cierto que el paso se debe dar en un momento del ciclo vital adecuado -aconseja-, pero todo es más fácil de lo que parece. Si estás cuidando ya de dos niños que son tuyos, ¿qué más te da uno más?». Aunque la Junta ded Andalucía hace también una valoración de la futura familia acogedora desde el punto de vista de sus recursos económicos, «no es cierto, como muchas personas piensan, que tengas que ganar un sueldazo», asegura.
Lo que sí hay que tener claro -recalca- es que el acogimiento no es una adopción e incluso la ‘bolsa’ de familias candidatas a la adopción es diferente a la de las familias de acogimiento. «No se trata de cubrir tus necesidades de ser padre, sino de darles una oportunidad a esos niños». Carmen desmonta otra de las dudas que ha escuchado de muchas personas para no acoger a un menor, el problema que puede suponer luego la separación del mismo. «Mucha gente te dice que les daría mucha pena dejarlo porque se han encariñado, pero yo digo que cuando se van de tu casa es porque vuelven bien con sus familias de origen, con unas garantías de seguimiento o con su familia extensa o una adoptiva. Sabes que van a estar bien».
Inma Castro y Miguel Ángel Flores, que llegaron al acogimiento de una forma circunstancial. Se lo habían planteado ya en una ocasión, pero no encontraron el respaldo total de unos de sus hijos por lo que dejaron correr la idea. En el verano de 2008, una amiga les plantea el caso de dos hermanos, una chica y un chico de 16 y 17 años, abandonados por su padre, que tendrían que ir a un centro si no se encontraba una familia de acogida. Los hijos de Inma y Miguel, entonces de 24 y 21 años, pasaban el verano estudiando en Inglaterra y el matrimonio iba a ir a visitarles. Les comentaron la situación de los dos menores y accedieron a ir a Cádiz para informarse de todo lo que suponía el acogimiento, que en este caso, debía ser permanente. «Mis hijos también vinieron y pedimos ver a los niños. Yo creo que fue una pequeña ‘trampa’, porque precisamente ese día ellos estaban allí y nos los presentaron», recuerda Inma. «Cuando les ves la cara, la cosa cambia», afirma Miguel. «Nosotros les preguntamos qué buscaban en una familia y nos dijeron que querían tener la experiencia de vivir en una familia normal, que nunca habían tenido. ¿Cómo les íbamos a decir a esos niños que no?».
El matrimonio no oculta que hubo que amoldarse a la llegada de los dos adolescentes a su hogar, que la vida en cierta en forma les cambió. Inma, administrativa de una bodega, pidió la baja materna a la que se tiene derecho en estos casos, abandonó provisionalmente su actividad sindical, su hija tuvo que compartir habitación y tuvieron que adecuar otra para el niño, con el fin de que su hijo tuviese cierta independencia. Lo primero que hicieron fue ir a la pizzería, donde el padre hacía trabajar al chico los fines de semana. «Pedimos la liquidación y le dijimos que se olvidara de trabajar, que lo suyo era dedicarse a estudiar. Para él eso supuso mucho». Se iniciaba entonces una convivencia que en principio iba a ser permanente, pero que al final duró tres años, hasta el pasado septiembre. «Cuando empezamos la relación la niña quería saber de su madre, que no habían visto desde la comunión. Nosotros empezamos a buscar y conseguimos dar con un hermano de ellos, hijo de un anterior matrimonio del padre y con otra familia que no conocían: tenían once tíos, familias perfectamente normales, con las que ahora mantienen contacto». Pero además lograron encontrar a la madre, una mujer que había sufrido maltrato y que había perdido la esperanza de recuperar a sus hijos por miedo. Inma y Miguel propiciaron una relación que ha acabado siendo definitiva, porque los dos adolescentes, que han empezado este curso la Universidad, viven ya con su madre en Huelva. Él estudia Derecho y la chica, Educación Infantil.
Aunque Miguel Ángel e Inma restan importancia a su labor, la Junta de Andalucía les concedió en 2010 una mención especial de los Premios de Atención a la Infancia, por ser la primera familia en Andalucía que acogía a dos adolescentes, una situación que normalmente se rehuye por las dificultades añadidas que supuestamente conlleva. Reflexiona Miguel que cuando a la gente le hablas de un niño pequeño abandonado te dicen que lo recogerían, «pero si son dos adolescentes, con más problemas, no por ellos, sino por la propia edad, es distinto. Pero si lo haces adquieres un compromiso de trabajo para sacarlos adelante igual que a tus hijos. La gente tiene recelo a meter en su casa a dos adolescentes que no conocen, pero en mi casa nunca ha habido una situación de violencia. Si miras la parte negativa, está todo el esfuerzo que se hace, pero en el otro lado está el cariño y el agradecimiento que recibes, lo que creces como persona». Ahora, haciendo balance, Inma asegura que «con cariño sale lo mejor de la persona. Claro que se te complica la vida, pero merece la pena». Su marido coincide en que «tenemos un potencial de cariño que también podemos compartir».
¿No les dio pena que volviesen con su madre después de tres años? «Cuando me preguntan eso siempre digo que no. Yo soy madre y que te quiten a tus hijos es muy duro y por qué a la madre de esos niños no se le puede dar una oportunidad. No me da pena porque creo que ellos han recuperado a su madre y los vamos a seguir queriendo. Mi hija también se ha casado y se ha ido de casa. La vida es así».