Giorgio Cavalli, profesor de instituto y padre adoptivo, propone unos puntos de reflexión para padres adoptivos
1. La estima
Nuestros hijos son más de lo que nosotros vemos en ellos: su pasado, por muy doloroso que sea, no se puede censurar ni cancelar, sino que debemos escuchar y acoger hasta el fondo su sufrimiento. Pero mientras tanto, debemos saber que nuestra mirada sobre ellos es la de “padres”, es decir, progenitores: generadores y “re-generadores”.
Normalmente nuestros hijos responden a nuestra mirada cuando está llena de esperanza, puesta en ellos con realismo, mientras que se “ajustan a la rebaja” cuando en el fondo les transmitimos mensajes negativos, desmoralizantes, llenos de dudas, como si tuviesen necesariamente una “marcha” menos a causa de su historia.
Por el contrario, sabemos que aunque existe una carencia inicial importante, una persona nunca está tan privada que no tenga nada valioso en sí misma, siempre se puede partir de lo que hay.
¿Qué pienso verdaderamente de mi hijo? ¿Qué esperanza tengo en el fondo?
¿Cómo podemos ayudarnos entre nosotros y dejarnos ayudar para que siempre tengamos una estima alta, confiada hacia nuestros hijos, para apostar siempre por ellos, incluso en situaciones de desacuerdo con la escuela?
- El realismo en vez de la pretensión
Tener un concepto alto de nuestros hijos no significa pretender lo imposible de ellos: por ejemplo, si no está capacitado para el bachillerato, puede hacer formación profesional y nuestro concepto de él sigue siendo igual de alto. Si las condiciones son tales que repite curso, nuestra estima por el no puede disminuir, ni tampoco el afecto. Se tratará, en cambio de buscar con él su camino.
Naturalmente, es mejor encontrarlo en colaboración con sus profesores, antes de que suspenda.
Entonces, ¿qué hacer y cómo hacer para que el colegio se perciba como algo muy importante pero no como “lo único importante”?
- La experiencia del límite
La experiencia de la paternidad y maternidad, como toda experiencia educativa, lleva consigo la experiencia del límite: los padres no somos la respuesta exhaustiva a la exigencia de felicidad de nuestros hijos ni tampoco podemos sanar completamente sus heridas. Podemos acompañarles con respeto en su encuentro personal con la vida, para confiárselos inevitablemente a otros: profesores, educadores, amigos y, finalmente, a una futura familia.
¿De qué modo podemos empezar a educarnos ya en esta percepción de su alteridad y libertad?