Testimonio de un padre de acogida.
Me llamo Gabriel y soy padre de acogida de un niño de 3 años y medio, síndrome de down y aquejado por una grave enfermedad del sistema digestivo. Carlitos fue abandonado en el hospital inmediatamente después del alumbramiento; de él se hizo cargo la administración, sufriendo numerosas intervenciones quirúrgicas que exigieron su hospitalización los 13 primeros meses de su vida.
Tras conocer su caso y después de unos meses de reflexión, mi mujer Isabel y yo, padres de 4 hijos, decidimos acogerlo en nuestro hogar, impulsados por la experiencia de la asociación “Familias para la Acogida” y el testimonio de otras familias como Eduardo y Estrella, padres de adopción de un niño de similares características.
Carlitos se encuentra en casa desde hace ya 10 meses. Recuerdo perfectamente el día que lo recogimos: la imagen que me había hecho de él no coincidía en absoluto con la realidad y los primeros días no fueron nada fáciles para mí. Su presencia no fue nada fácil “de digerir”: a una fisonomía inesperada, se sumaba una gran cabezonería y un estado físico maltrecho (tuvimos que hospitalizarlo casi inmediatamente). Además, yo era el único miembro de la familia al que rechazaba. Eso provocó una gran extrañeza y rechazo hacia él.
Hoy, sin embargo y al cabo de casi un año, ya no es así: la convivencia en el presente no sólo no es difícil sino que, cuando pienso en el futuro, no me asalta la duda o el temor del qué será. Todo lo contrario: predomina la certeza, la seguridad.
Si pienso en por qué esto es así, me doy cuenta de que sólo hay una razón: Carlitos. En efecto, lo único que ha cambiado, durante estos meses, es que él –que antes no era parte de nuestra familia- hoy está con nosotros. Él es una persona, un niño con una humanidad diferente y sorprendente: tiene una capacidad afectiva excepcional; convive con su enfermedad y con el dolor de un modo extraordinario -no son, ni mucho menos, un peso para él como habitualmente lo son para nosotros-; es incapaz de hacer el mal…
Es una humanidad excepcional que ha entrado en nuestra casa y ha vencido todas mis resistencias, generando en mí un enorme afecto hacia él. Ha vencido incluso a la carne puesto que soy capaz de acariciarle y abrazarle con el mismo cariño y ternura que a uno de mis hijos naturales.
Ha sucedido lo que dice Giussani: es “una humanidad diferente que nos sorprende porque corresponde con las exigencias estructurales del corazón (querer y ser querido) mucho más que cualquier forma de pensamiento o imaginación: no nos lo esperábamos, no podíamos ni soñarlo, era imposible…” (Huellas, noviembre 2008, página uno).